Helen Keller -ciega, sorda y muda- entendió este carácter sagrado del lenguaje cuando descubrió que las palabras significaban algo, que el signo lingüístico de agua designaba la materia húmeda que procedía del pozo. El descubrimiento del poder de las palabras le desveló el sentido de la totalidad del mundo.
Martin Heidegger entendía así el carácter sagrado del lenguaje, “Las palabras y el lenguaje no son envoltorios para el comercio de quienes escriben y hablan. Más bien es en las palabras y en el lenguaje donde las cosas acceden al ser y son. Por esta razón, una mala relación con el lenguaje, prostituido en forma de eslóganes o de banalidades verbales, implica una mala relación con el ser”. En otro lugar, Heidegger llama al lenguaje “la casa del ser”. El significado pleno de la realidad se nos da a través de la luz del lenguaje. Al igual que la música, el lenguaje no es exactamente una parte del mundo, una cosa en el mundo; más bien es el mundo el que está en él. Es más viejo que el mundo: “en el principio era la Palabra”.
Esto suena tal vez oscuro, abstracto y teórico. Es oscuro, pero no abstracto ni teórico, sino muy concreto y realmente práctico. Implica que nuestro uso del lenguaje determina nuestra relación con la realidad, en qué medida la conocemos y con qué veracidad y profundidad.
Reparemos en la palabra “impresionante”.
Normalmente solía referirse a un objeto que provocaba reverencia. Pero hoy se
refiere a algo que Ilama la atención (en el lenguaje de los adolescentes). Las emociones profundas se han evaporado
porque las palabras se han trivializado.
Fijémonos por ejemplo en la palabra inglesa parenting, un neologismo reciente, que significa cumplir el rol parental en general, no el de padre o de madre (fathering o mothering), que constituyen acciones específicamente diversas. Como Mister Rogers dice en el espectáculo televisivo de los niños, “sólo los chicos pueden ser papás, sólo las chicas pueden ser mamás”. Pero el término parenting mezcla y homogeneiza dos papeles que se distinguían naturalmente desde el comienzo de la historia. “Parenting” es un papel sexual.
La palabra “sexismo” es otro ejemplo. Sugiere una confusión entre dos cosas diferentes: 1) un chouvinismo machista y 2) la idea tradicional de que los roles (papeles) sexuales diferentes son naturales, inherentes e innatos respecto del sujeto.
Los eufemismos nos ocultan la realidad. La muerte pasa a ser un mero “tránsito”. Matar niños nonatos se convierte en un “interrumpir un embarazo”. “Copular” es lo mismo que “irse a la cama con alguien”. El genocidio equivale a “control de la población”. El pecado se llama “conducta antisocial”. Cámbiese el lenguaje y se cambiará la percepción de la realidad.
Esto no sería así si las palabras fuesen sólo etiquetas convencionales. Cambiar las etiquetas no cambia el contenido de un envase. Pero el lenguaje es algo más que una etiqueta; el lenguaje es la elección de una manera de pensar y, por consiguiente, de vivir y de existir. Nuestro modo de ser esta determinado por nuestro lenguaje.
Un ejemplo obvio de esto es que, si no tenemos la palabra, no poseemos el concepto. Las palabras son como pequeños armarios en la estafeta de correos de la mente. Si no hay compartimento para depositar la carta, ésta no se puede colocar. Los dictadores y amos de la propaganda conocen este principio. Orwell, en 1984, imagina que el régimen totalitario que describe asegura su poder revisando el idioma inglés, de esa manera conceptos tan peligrosos como el de “libertad” desaparecen del pensamiento porque esas palabras ya no se utilizan. El nuevo lenguaje, Newspeak, tiene menos vocabulario que el inglés. Es como una lobotomía frontal: parte de la mente humana queda amputada, una vez que se amputa su instrumento. Necesitamos las palabras de la misma forma que necesitamos la materia en los lóbulos frontales del cerebro, como instrumentos para pensar. Cambia y destruye el instrumento y cambiarás o destruirás el pensamiento.
Confucio se dio cuenta de esto. Por esta razón un principio primero y esencial de su reforma social en China (que duró 2100 años) fue la “restauración de los nombres verdaderos”. Hitler también entendió el poder del lenguaje. Conquistó los corazones y las mentes de su pueblo por medio de la propaganda. Nunca habría logrado asesinar a seis millones de judíos si hubiese Ilamado a la operación “holocausto”, en lugar de “solución final”. Millón y medio de madres americanas no abortarían a sus hijos si describiesen esta operación como “matar al no nacido” en lugar de “interrumpir el embarazo”. ¿Cuántas personas cometerían adulterio si hablasen de conculcar sus promesas y no de “estilos de vida alternativos” o de “matrimonio abierto”? ¿Cuántos militares apretarían el gatillo u oprimirían los botones de una bomba si fuesen denominados “asesinos profesionales”, en lugar de “defensores de nuestro modo de vida” o “combatientes por la libertad”?
El nombre comporta en sí mismo cierto tipo de veracidad. Evidentemente, el “nombre” aquí significa más que una fórmula mágica un mero sonido como “ábrete, Sésamo”. Una cotorra o un ordenador pueden decirlo. Un nombre viene del espíritu. El lenguaje es un ente espiritual, no un ente lingüístico. Es una transacción espiritual.El segundo mandamiento, “no dirás el nombre de Dios en vano”, es probablemente el mandamiento más desobedecido en la actualidad, casi tanto como “no tendrás otro Dios que yo”. Estamos sorprendidos de que Dios piense que las palabras sean tan importantes; sorprendidos de que la palabra de Dios nos diga que seremos juzgados por nuestras palabras, incluso por nuestras palabras vacías (Mt 12, 36-37). O el Señor está sencillamente equivocado o estamos perdiendo una dimensión importante de la moral. No podemos ignorar esto en un tiempo de batallas morales.



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