De
pequeño me interesaba más la pregunta por el origen que la pregunta por la
muerte. Ahora a esta edad me interesa la pregunta por la muerte. Sin embargo,
descubrí que la pregunta por el origen y la pregunta por la muerte son la misma
pregunta.
Mi
mamá me compraba el libro gordo de Petete, unos libros de ciencias para niños,
que explicaban el origen del universo de modo científico. Pero no respondían a
mi inquietud existencial. No es lo mismo una pregunta científica que una
pregunta existencial. La ciencia responde la filosofía pregunta. La ciencia
explica el cómo pero nunca el qué. La pregunta por el qué, el por qué las cosas
son así y no de otra manera. ¿Por qué hay cuando pudo no haber habido nada? La
pregunta por el cómo me cierra el mundo, la pregunta por el qué me lo abre.
Las
cuestiones existenciales escapan a la lógica ya que justamente se cuestionan, ¿porqué el único orden posible tiene que ser el lógico? La lógica opera por el
principio de causalidad. Todo lo que existe tiene que tener una causa. Pero si
pensamos la realidad como una cadena de causalidades cómo explicamos el
comienzo. Todo tiene una causa, pero cuál es la primera causa de todo y cómo
puede haber una primera causa sin nada antes. Si todo tiene una causa entonces
la cadena es infinita. O bien si todo tiene una causa tiene que haber una causa
que sea causa de todo pero que ella misma no esté causada, lo que resulta
imposible de pensar. A no ser por el principio de non procedere ad infinitum,
la incapacidad de proceder al infinito.
Las
religiones institucionales definen a Dios como la primera causa y resuelven
este problema explicando que Dios es causa de sí mismo. Dios se hizo a sí
mismo. Hacen de Dios algo posible. Sin embargo, hay algo que se escapa y que
siempre se va a escapar, hay un don primero que es inexplicable. Si tomamos en
serio la lógica bivalente nos es imposible explicar el pasaje de la nada al
ser. Cómo explicamos que las cosas se hayan explicado desde la nada. Que hayan
pasado de la nada a ser. De la nada nada sale.
Con
el tiempo he aprendido que las grandes respuestas posibles siempre te engañan y
que por eso solo me cierran o me abren las respuestas imposibles. Así, llegué a
Dios. Aun Dios imposible. Aun Dios por fuera de la lógica pero lo que encontré
rápidamente lo perdí. El Dios que me presentaban era ilógico pero dogmático. Y
entre la lógica y el dogma me quedo con la lógica. La lógica te estructura la
realidad y el dogma te la violenta. Tuve educación religiosa con los jesuitas y
después con los maristas. Tuve que pelearme contra los relatos bíblicos
postular un Dios invisible, único, atemporal, incorpóreo más o menos me
cuestionaba. Pero que además amara se enojara, reclamara, eligiera a algunos,
hablara con otros, ya era demasiado. Era cada vez más obvia la máxima de un
pensador de nombre Feuerbach, que dice “toda teología es una antropología” es
decir, pensar a Dios es pensar lo humano.
Aún
más problemas se me presentaban. Por qué Dios se revelaba en este libro y no en
este, por qué de reveló en esa época y no en esta, por qué no se sigue
revelando. Lo contrario a la lógica no puede ser aceptar cualquier cosa por que
sí. Me empecé a dar cuenta de que mi problema pasaba por otro lado. Me fui
dando cuenta de que si hay algo más allá de la lógica llamado Dios o lo que sea
no puede ser pensado. Porque cada vez que lo pensamos, lo humanizamos, lo
hacemos lógico y deja de ser Dios o lo que sea para convertirse en el Dios que
los hombres podemos comprender y que no es Dios en sentido estricto. O como
dice el gran Fernando Pessoa Dios existe pero no es Dios.
Dios
si es es lo total lo radicalmente otro a cualquier cosa que podamos percibir,
pensar, sostener.
El
problema es que este Dios venía con representantes que me decían todo el tiempo
lo que tenía y lo que no tenía que hacer. Y todo me parecía como antiguo pero
además obligado, violento, así que entré en crisis. Un día de adolescente me
paré en la reja de una iglesia mire para arriba y me conmoví, da igual, en una
iglesia, en una sinagoga, una mezquita. Hay algo ahí de irracional, de
inefable, de relación con algo que nos supera. No era la iglesia, el
cristianismo, el judaísmo, o el islam, era yo.
Era
lo humano y sus límites, así trate de conectar la irracionalidad y si a Dios se
lo siente y punto. Y si Dios es como el arte, algo que te conmueve. Es cierto
que una puede conectar con otras formas de percepción, eso que las religiones
llaman fe. Pero que es la fe. Y por qué la fe tiene que seguir un método o debe
estar ajustada a ciertos textos, si justamente parecer ser lo que se abre
cuando la razón no basta. La verdad es que me encantaría tener fe. Pero en
tanto la fe venga envasada me parece más de lo mismo. Justamente lo que me fue
sucediendo fue lo contrario, cada vez me daba cuenta de que Dios tenía que ver conmigo y con
mis limitaciones y no tanto con una figura ideal que me trascendía.
A
ver, no creo en Dios. Quiero decir con esto. En el Dios que se presenta como
ser supremo con todos esos rasgos maravillosos y al que solo puedo acceder a
través del modo que sus administradores me lo permiten. No creo.
Creo
en el hombre y creo en las limitaciones de lo humano. Alguna vez unos alumnos
le preguntaron al filósofo Jean Luc Nancy qué era Dios y él lo definió con una
sola palabra: “apertura”.
La
pregunta que se abre cuando el hombre se da cuenta que no lo puede todo. Dios
es la capacidad de lo humano de seguir sobrepasándose así mismo. Pero eso que
se abre, esa apertura no puede ser algo cerrado. No se puede afirmar que los
límites humanos llegan hasta un lugar y darle después forma a lo que está más
allá de ese límite. No vale. O en todo caso el límite ya se ha corrido.
Pero
por qué apertura. Porque el mundo nos viene demasiado cerrado con respuestas
cerradas, con recetas cerradas, y la apertura es la capacidad de seguir
preguntando. Dios es pregunta que no cierra. Es un resto. Dicho de otro modo,
en lo que creo es en que lo humano va transformándose pero esa transformación
no está ni predeterminada ni nunca es definitiva. Nos transformamos porque hay
apertura. Ese resto, esa posibilidad de seguir cambiando, eso es Dios.
Históricamente
se entendió a Dios como aquello que venía a cerrar el mundo, a darle un sentido
general, pero la idea de un cierre tiene más que ver con una imagen de las
cosas donde resulta posible alcanzar grandes verdades. El mundo cierra en la
medida en que se acceda a la verdad. Pero qué es la verdad o dicho de otro
modo, hay una verdad.
Creer
o no creer en Dios supone tomar partido por la verdad. El creyente parte de la
verdad de que Dios existe el ateo parte de la verdad de que Dios no existe.
Algunos de nosotros partimos de la idea de que no hay verdades otros partimos
de la idea de que hay verdades. Necesitamos otra metáfora de Dios para nuestros
tiempos. En tiempos donde la ciencia y la tecnología explican y resuelven los
grandes fenómenos que dieron origen a la metáfora oficial de Dios, esta misma
metáfora, hoy se nos muestra ya insuficiente.
Las
metáforas, dicen en la medida en que provocan algo, si no provocan nada ya no
dicen. Hoy se puede curar la ceguera, multiplicar el pan, los antiguos milagros
hoy son resoluciones científicas, hoy podemos calmar las angustias con los
psicofármacos. Necesitamos una metáfora de Dios que recupere las preguntas
existenciales, que no nos enceguezca ni nos resuelva sino que nos haga más
conscientes aunque duela.
Cierro con una
anécdota que cuenta un filósofo llamado Gianni Vattimo, un amigo lo llamó y le
preguntó si aún creía en Dios y Vattimo contestó: creo que creo, algunos
hubieran contestado lo contrario, creo que no creo. Pero está claro que lo que
importa es entender que todo pasa por el primer creo, el creo que abre y no por
el segundo el creo o el no creo que cierra. Y ustedes, que creen, creen que
creen o creen que no creen.